domingo, 24 de febrero de 2008

El caballero





[...]Las cicatrices de mi cara se cierran por costumbre, la barba está descuidada y es blanca. El pelo sucio, la armadura hundida y la capa, antes impecable terciopelo carmesí, ahora ajada y deshilachada no aporta dignidad alguna.
Veo el reflejo en el agua y no veo al líder que debe llevar a su pueblo a la más importante victoria. Veo a un hombre derrotado que ha cometido tremendas atrocidades y que ahora llevará a un grupo de delincuentes, y de niños, y de ancianos contra el mayor ejército que ha conocido nuestra era.

Frío. Ha entrado mi lugarteniente en la tienda.

- Señor, un emisario
- ¡¡¿Qué?!!
- Ha aparecido entre la bruma matinal, nadie lo ha visto llegar.
- ¡Imposible! Escogimos este emplazamiento porque…
- Si señor, porque no lo conocían.

Me abro paso y salgo de la tienda precipitadamente. Mis tropas en silencio se levantan de las hogueras en donde se arremolinan tapados con lo que tienen a mano, y hacen pasillo al emisario que monta una majestuosa bestia, más grande que ninguna que yo haya visto. Tras de si la niebla oculta las montañas y picos que nos rodean, y yo creía, nos hacían inaccesibles.

Aquí precisamente se dice que nuestro pueblo comenzó su dominio sobre estas tierras. 1.000 años de progreso, 1.000 años de cultura, 1.000 años de continua lucha para mantener la libertad e independencia. 13 estandartes rotos y desgastados ondean al viento, recuerdo de las 13 familias que se unieron hace ya tanto tiempo. Los restos pedregosos de lo que parece haber sido un gran templo yacen esparcidos por todo el campamento. No puedo evitar pensar que el destino ha querido que donde todo empezó ahora puede acabar.

El emisario es un soldado digno. Armadura de resplandeciente nácar, con un enorme pájaro dorado en el pecho, con las alas abiertas. Un yelmo que le cubre toda la cara, salvo la boca y el mentón, dos medias lunas a la altura de los ojos y una cresta roja, que en seguida me doy cuenta es de pluma de Tulo, animal exótico y difícil de cazar. Bellas monturas decoradas lleva el pura sangre sobre el que se presenta. Reparo en que el animal respira con normalidad, no está cansado, a pesar de que el aire sale de su hocico con potencia pues es por el frío. Están cerca.

- ¿Quién es vuestro líder?

Mis hombres, sucios y harapientos, desnutridos despojos de nuestro pueblo, se van acercando al elegante animal. Y yo me pongo frente a él. Baja de su caballo y el emisario parece más alto, más fuerte y más digno que yo mismo. Tanto es así, que aún estando frente a frente él no reconoce quien comanda el ejército enemigo, y así vuelve a gritar “¿Quién es vuestro líder?”
- Yo soy.- digo con voz grave

Le indico el camino a mi tienda y allí con copa de panda en la mano comenzamos a hablar.

- La batalla no tiene porque celebrarse- dice el emisario a la vez que se quita el yelmo y da buena cuenta de su copa.
- Debo entender que os retirareis a vuestras tierras y tu, soldado, vienes a pedir disculpas por vuestras incursiones.
- He cabalgado con las huestes de Jeffar desde la batalla de Frammé. Vuestro ejército era fuerte y bien preparado, pero no hizo resistencia. Ahora hay 10.000 soldados bien pertrechados en el Valle de Kir´Gol esperando que regrese, y vos sois un grupo de niños y ancianos hambrientos que a penas pueden levantar un acero capaz de hundir nuestras armaduras.
- Yo nací, crecí y viví en Frammé. Luché en aquella batalla y cuando rompisteis nuestras líneas, corrí a mi casa y con este cuchillo (sacando una daga manchada de sangre del cinto) corté el cuello de mi esposa y mis tres hijos. Lo hice entonces para que no cayeran en vuestras manos, y ahora crees que voy a renunciar a la lucha por temor a dar la vida de estas gentes. Vienes aquí, a tierra sagrada e insultas a mi pueblo. Me insultas a mí.

Con mi mano izquierda agarro su cuello y él sorprendido no sabe defenderse. Suelta su copa e intenta apartar mi mano, pero no puede. Lo arrastro hasta uno de los antiguos estandartes, el de la familia Frammé y allí paso la daga por su cuello e intenta moverse pero lo inmovilizo y así muere lentamente. Clavo mi daga en su nuez y cojo un pequeño cesto de mimbre y alzo mi voz para decir.
- ¡Metedlo aquí dentro, después atadlo a su caballo!

Un joven de no más 8 años pregunta sorprendido “¿Cómo meterlo ahí?” pero no hizo falta respuesta pues los más antiguos sabían lo que hacer. Como animales hambrientos, gruñendo y gritando comenzaron a despedazar el cuerpo.

- Marcharemos hoy y los cogeremos por sorpresa, pues el lugar de la batalla nos es propicio.

Y con las primeras luces de la mañana partimos hacia el valle de Kir´Gol.

El viaje es penoso, aunque el camino es retorcido y no preparado para una gran marcha, ese no es el problema. Los más fuertes marchamos a pie, padeciendo frío intenso y los cortes en los pies. Los débiles montan en los caballos, de dos en dos, y cansan a los animales. La caminata es lenta y donde deberíamos haber llegado en un día, llegamos en dos.
Pasamos la noche en la colina de Connery y allí, con la luz de las hogueras miro los bellos bosques del sur y mi corazón se encoge pues contemplo el coste de un inútil esfuerzo. Tiempo atrás creímos buena idea quemar los bosques en plena batalla. Murieron miles de nuestros hombres, irremplazable pérdida, tanto como los propios bosques, ellos perdieron más soldados. Pero el enemigo se repone y envía más hombres y más hombres.
El valle de Kir´Gol está a menos de medio día de viaje pero prefiero dar un rodeo y llegar por un camino menos favorable. Temo a los vigías. Otros dos días de frío, hambre, cansancio… pero con satisfactoria recompensa.

Mi lugarteniente y yo marchamos hacia el valle sin ser vistos y analizamos sus posiciones. Sin duda son débiles por el norte. El valle tiene una pendiente pronunciada desde donde su defensa sería complicada.

Llegamos al campamento y allí, con la primera luz hablo a mis hombres.

- Los arqueros irán por el oeste y soltarán a nuestro “prisionero”. Cuando sus hombres estén atentos a tal visita, lanzaremos troncos incendiarios por la colina del norte, tras ellos irán hombres armados con espada corta y cargaran rápido sobre los desconcertados invasores. Luego se replegarán tan rápido como puedan. El enemigo los perseguirá y será el momento de los arqueros que apuntarán a sus espaldas. A la llamada del cuerno cargaremos con la caballería colina abajo y a la doble señal del cuerno todos los demás cargarán a muerte hasta el centro de su campamento. ¡Muerte al enemigo!
- ¡Muerte al enemigo!- dijeron todos a la vez
- ¡Muerte al invasor!
- ¡Muerte al invasor!- respondieron
- Descansad y comed bien, cuando el sol este en lo más alto emprenderemos el camino.


Y así fue. Llegando al valle arrastramos diez grandes troncos y los rociamos con oleos. Tras ellos estaban preparados los más débiles. Los miré con ojos firmes, intentando convencerlos de que serían capaces de hacer su trabajo, pero en mi interior sabía que no tenían opción alguna. Los supervivientes a la envestida morirían en la huida. Eran varios cientos de niños y ancianos…. Los había elegido para esta labor pues eran cebo y nada más. Eran débiles y lentos. No servirían en la lucha. Para la carga reservaba a los pocos soldados que me quedaban y los delincuentes, aunque sin disciplina, confiaba en que sabrían defenderse.

Los arqueros habían llegado y estando todos en nuestros puestos soltaron el caballo del negociador. Atado con cuerda y dentro de una cesta iban sus restos. Pronto dos soldados dieron la alarma y se arremolinaron unas decenas cerca del caballo. Fue ese el momento de soltar los troncos ardiendo, que nos servirían de protección y destruirían sus defensas…. Pero el enemigo estaba preparado. Tan pronto como soltamos los troncos y nuestros hombres corrieron tras ellos, la colina que bajaba al valle comenzó a arder. Un infierno que condenó a muerte dolorosa a nuestros hombres. Ellos esperaban que entráramos por allí. Ordené que el cuerno sonara tres veces, lo cual quería decir: “A la carga!”

Un caos. Nuestros arqueros se dispersaron y comenzaron a disparar a objetivos móviles, sin causar a penas daño. Soldados de Jeffar estaban ocultos en copas de árboles y fueron dándoles caza sin mayor problema. Nuestra caballería tuvo que dar rodeo, pues los caballos escapaban con buen criterio del fuego. Unos fueron por la izquierda y otros por la derecha. La caballería dividida no era fuerte, y aunque avanzaron algunos hasta casi el centro de su campamento, todos acabaron por los suelos. Los demás cargamos en pequeños grupos y fui viendo como mis peores temores se iban cumpliendo. No éramos rivales. Mis hombres golpeaban sin fuerza ni arte. A penas eran capaces de golpear a los soldados de Jeffar y cuando lo hacían, lo hacían sin causar daño.

Con mis dos espadas me abría paso entre alguna llama, el humo y muchos enemigos. Conocía bien sus armaduras y donde estaban sus puntos débiles. Atacaba con mano izquierda los muslos y cuando la sangre explotaba como el agua de una fuente, aprovechaba y les rebanaba el cuello. Los soldados atacaban todos con el mismo estilo. Sus movimientos eran siempre los mismos. Los conocía bien y rara vez me sorprendían. Cuando un soldado atacaba siempre lo hacía directo a la cabeza, les paraba el golpe con mano derecha y con la izquierda cruzaba la espada y la hundía en la axila, soltaban su arma y quedaban a mi merced.
Pero aunque la ira asesina brillaba en mis ojos y me sentía capaz de acabar con su ejercito yo solo, soldados y más soldados se empezaron a poner en mi camino y mientras estaban frente a mi pude con ellos, pero pronto empezaron a aparecer también por los costados y por la espalda, Me zafé de uno, de dos, de tres, de cuatro, de cinco soldados casi al mismo tiempo…. Hasta que una lanza atravesó mi coraza desde la espalda hasta el pecho y la veo salir y aunque la sangre brota no siento dolor. Las fuerzas me abandonan y los soldados se abalanzan sobre mi clavándome sus espadas hasta la oscuridad .


Por mis ojos entra toda la claridad del universo. Una luz inconmensurable que transmite paz y tranquilidad. Sin noción alguna del tiempo no puedo decir cuanto tardo en volver la oscuridad, pero sin duda lo hago, pues comienzo a rodear la luz hasta fijar un túnel que me invita a caminar. Allí voy y habiéndolo cruzado, me encuentro con un puente de piedra. Rodeado por nubes, comienzo a caminar y tan cierto es como que al principio me siento a gusto como que cada paso que doy me siento peor y la angustia se apodera de mi alma. Mas no puedo parar de avanzar. Las nubes, antes blancas tornan negras, y el camino era cada vez más sinuoso y retorcido. Descontroladas rachas de viento me empujan a los extremos del camino. Aún así llego a ver el final del puente. Un campo verde se extendía inmenso tras la última piedra. Pero el puente se estrecha más y más y cuando estiro mi mano para tocar la hierba caigo al abismo.

Cruzo las nubes negras, rayos, granizo y lluvia. Una caída veloz y lenta a la vez en la que pude reconocer el campo de batalla donde mi cuerpo yace desangrado. Y sobre él caigo y en el mismo momento del impacto… la oscuridad vuelve.


Espero tiempo y dentro de la oscuridad comienzo a oír cánticos lejanos. Emprendo el camino y me siento dentro de una selva oscura. Bajo mis pies desnudos siento tierra, ramas, hojas muertas. Una brisa maligna mueve los ramales de árboles y plantas a mi alrededor. Pasa tiempo y al fin veo al fondo una vieja y destartalada puerta gris donde después veo que reza “Dejad aquí toda esperanza” en una lengua antigua. Un resplandor rojo se escapa por entre sus rendijas. A medida que me acerco la sensación de no estar solo se hace más intensa y los cánticos, que me acompañaron en todo el camino, más sonoros. Dan miedo.
Estando delante de la puerta y con el resplandor rojo iluminando la oscuridad, comienzan a aparecer hombres desde lo profundo de la selva negra. Cantan cada vez más alto y me rodean. Me sobresalta cuando uno me toca y lo miro con sorpresa. No tiene ojos. En ese momento, por otro lado, me muerden. Me zafo, pero son demasiados y aunque empujo a unos, otros llegan y me muerden. Muerden y canturrean.
La puerta se abre y en ese instante paran. El calor golpea con una fuerza grotesca y el resplandor rojo lo ilumina todo. Paran de cantar y gritan desagradablemente. Corren despavoridos hacía la selva.
Un viejo penoso, enclenque, débil y cínico se aproxima y con su boca desdentada dice “No entres” pero yo, con desprecio y seguridad, le golpeo. Estando en el suelo se convierte en un gran guerrero; de barbas negras y onduladas, ojos saltones y cabeza arrugada. Gran fuerza y estatura, She´ol se llamaba, después lo supe. Con un golpe con el canto de su espada me introduce en la caverna.
Y heme aquí ante la eternidad y todo aquello que siempre temí aquí estaba.

La caverna es profunda y en ella fuego, humo, olor a azufre, gritos y llantos, crujir de dientes. Por doquier cuerpos retorciéndose de dolor, gente desnuda corriendo sin sentido corriendo entre las llamas de fuego, gritan y se pelean. Cuando uno cae al suelo todos se acercan a morderlo.
Aves de rapiña manipulan sierras oxidadas y cortan extremidades una y otra vez. Chacales y cuervos mordisquean los miembros cercenados.
Hay hombres atados de pies y manos con las entrañas de otros, y una fiera burlona acerca y aleja agujas a los ojos para hundirlas al final con malicia. Sucias tenazas arrancan dientes y suenan al igual desgarradores gritos e insoportables carcajadas.
Mujeres atadas a postes sufren el dolor del fuego, pero su carne no se consume.
Mentirosos tienen la boca sujeta con ganchos y con cucharones los sátiros vierten lava en su interior.
Y todos consumidos por un gran sufrimiento y cuanto más luchan más sufren.

Y al final de la caverna hay dos estancias. Una oscura, la otra más.
A la oscura llegan carros arrastrados por bestias peludas y cornamentadas que llevan cuerpos ya putrefactos, llenos de gusanos y cadavéricos. Los ponen en un púlpito y con cientos de cuchillos dentados los perforan hasta formar una masa sanguinolenta que se distribuye por toda la caverna.

En la otra es donde acaban las almas que ya se han desprendido de sus cuerpos. Al principio lloran y se quejan, torturadas por el paso del tiempo. Pero luego, aburridas, simplemente están.

Y ese es mi destino.
[...]

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, bueno, bueno... está claro que hasta el pato puede tener algún criterio. No es un caso perdido.

Planta en un tiesto dijo...

Lo siento, pero no puedo decir nada bueno de algo que salga de la pluma de alguien a quien no le gusta O'Brother.

De no ser el caso diría que el relato está muy bien, y que el final es sorprendente y bien escrito. Pero claro...

Paiaso de Asalto dijo...

Non vos fiedes das vibrantes verbas escritas pola melodiosa pluma... esto ten unha moralexa clara, clarísima: O inferno existe e non mola, pode ser malo ou moi malo. Se queredes evitalo, votade PP.

EL OBISPO dijo...

-Ja,ja.ja.ja… bien,bien. Estáis cayendo en mi tela y ahí, donde reside mi malicia y puedo dominaros a mi antojo. Cada línea que leáis, escrita por mi, lleva un código de conducta cifrado, así es como planeo dominar el mundo.

-En cuanto al lamentable intento de desestabilización del payaso, introduciendo al PP en su argumento … sólo tengo que decir que tengo muy claro que la progenie a la que me dirijo es un poco lela, corta de entendederas y con un déficit de comprensión muy grande. Ya no tengo más palabras, ni tampoco ganas de decir que a mi el PP me la trae al viento. Que yo simplemente odio a los progresistas, a los demagogos y sobretodo al aparato de desinformación que tiene dominada a la borreguil sociedad. A mi el PP, pssss! Me parece tan lamentable como el PSOE, pero en verdad, jamás estaré en el lado del Pais, Cuatro o toda esa basura… y sus advenedizos.
Y en cuanto a lo que dice del infierno… si, si que existe: está gobernado por los socialistas. Y se juega al futbol todo el día.

-Oh Brother!- me remito al tema caliente, donde contestaré a vuestros insultos(sobretodo a ti, planta rastrera… mis amenazas siguen en pie ¡acabaré contigo!

- A fin de cuentas, con tantas ostias no me queda claro si os gusta, o simplemente soy la suegra, objeto de desprecio al que todos lleváis la contraria e insultáis. Miserables.

Anónimo dijo...

Diossssssss, que cansino! Sí, estamos cayendo en la tela de tu egocentrismo que es tan grande como tu ceguera.
Y, Oh Brother nos gusta porque es un peliculón no por llevarte la contraria, suegra egocéntrica.

LRN dijo...

¿¿¿¿¿¿Alguien a quien no le gusta O'Brother??????

En qué mundo vivimos. Seguro que vota al PP.

Anónimo dijo...

Ja, que bueno, precisamente esa es la actitud que pretendo demostrar que está pudriendo nuestra sociedad.

La progesía estupida que se cree mejor que los demás y descalifica atribuyendole el voto a la derecha. ¡Como si eso fuera un insulto!