Me ha parecido apropiado titular de esta manera el primer relato de canibalismo, y ya era hora!, que llega al blog.
Oviedo y Baños relata en su conquista de Venezuela un interesante caso , donde llevados por la desesperación y el hambre se ven abocados al canibalismo.
Hallándose él y sus compañeros tan debilitados, flacos y rendidos, que aún le faltaba vigor para mantener sus propios cuerpos, determinaron aliviarse de la carga, dejando el oro enterrado al pie de una hermosa ceiba, con marcas y señales en el sitio, por si acaso tuvierse alguno de ellos, la suerte de salir de aquel laberinto con vida, volver a buscar el corazón que se dejaba allí con el tesoro... pero como había muchos días que sólo se alimentaban con cogollos de visao, era tal la perturbación que padecían con la debilidad de las cabezas, que dando vueltas de una parte a otra, no acertaban a salir de la cerrada confusión de aquellos bosques. Y como la dilación crecía por instantes la necesidad, llegado a términos de perecer en los últimos lances del aprieto, ejecutaron, para conservar la vida, una crueldad tan abominable, que nunca podrá tener disculpa, aún a vista del extremo peligro en que se hallaban, pués fueron matando uno por uno los pocos indios que les habían quedado de servicio, y, sin despreciar los intestinos, ni parte alguna de los cuerpos, se los comieron todos, con tan poco fastidio ni reparo, que sucedió al matar al postrer indio, estando haciéndolo en cuartos, arrojar el miembro genital, cosa tan obscena y asquerosa, y un soldado, llamado Francisco Martín, lo cogió con gran presteza y, sin esperar a que lo rozase el fuego, se lo comió crudo, diciendo a los compañeros: "Pues ¿esto despreciais en ocasión como ésta?" Acabada la carne de los indios, con que se habían entretenido durante días, cada uno, por si, empezó a recelar de otros compañeros, y no teniéndose por seguros unos de otros, de buena conformidad se dividieron, tirando cada cual por su camino.
El inclito Francisco Martín dijo bajo juramento:
Después de enterrado el oro bajo ceiba marcada..... tres cristianos llamados Juan Ramos Cordero, Joan Justo y el hijo de Cordero, se juramentaron para dar muerte y comerse a una joven india que llevaban, de la que debieron guardar tasajo, puesto que el muchacho mostraba una parte de ella. Al poco, parte del grupo, cansado de aguardar la curación del capitan del grupo, decidió dejarlo atrás.
No se habían alejado mucho de donde lo habían dejado atrás, cuando repararon que llevaban mucha lumbre, volvieron dos del grupo y vieron como uno de los hombres que quedaba con su antiguo capitan, estaba cuarteando a un indio manso, según dijo, "para se lo comer".
2 comentarios:
Jeje, ya tocaba. Gran relato, de una gran vividez y de gran carga emocional, especialmente, como no, el episodio del pene. Los pobres indios mansos, que sufridos... Bon appetit
P.D: ya tenemos menu para la proxima cena del pato: manubrio de ebano y brazo de gitano.
COOOOOMEEEEEE!
COOOOOMEEEEEE!
CÓMO ERES CAPAZ DE DESPERDICIAR TAN EXQUISITO MANJAR....
Llamádose cordero está claro a quién habría que comerse primero
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