- De quien esto escribe y de los protagonistas de esta singular crónica
Gloria ad Domini. Sabed que me llamo Curtonates, el tercero de mi nombre. Habiendo vivido largos años de recogimiento en la humilde celda de mi monasterio, cuyo nombre considero oportuno dejar caer en el olvido, y viendo cerca el final de esta vida de pecador, hago uso, quizás por ultima vez, de mi gastada pluma para consignar por escrito una historia que escuché en una época pasada y, a los ojos de estos tiempos, muy extraña. Era muy joven cuando me fue contada y produjo en mi gran impresión en su momento. Si esto es atribuible a la vivacidad de la historia o a la conocida impresionabilidad de la juventud, lo dejo al buen juicio de ti, lector. Sabed, pues, que llegó a mis oídos de la boca de una pareja de hermanos mendicantes. Recuerdo el día que llegaron a la puerta de la casa monacal de nuestra orden. Sus figuras produjeron en mí una profunda impresión. Ambos eran de edad avanzada, y físico descuidado. Uno de ellos era de mediana estatura, con el pelo largo y enmarañado, tez morena, y caminaba encorvado, como si llevase una gran carga a sus espaldas. El otro hermano era más alto, de mirada perdida y triste sonrisa. Ambos vestían hábitos negros, como es habitual en su orden, y rogaron nuestra hospitalidad. Nuestro abad les ofreció una comida caliente y dos celdas donde pasar la noche. Tras la misa de nonas, algunos de los hermanos más jóvenes, ávidos de historias, nos acercamos a ellos y les imploramos que nos relatasen quienes eran y que hacían en una región tan alejada de la mano de Dios, loado sea Él, como es la montaña donde se halla nuestro monasterio.
El más alto de los dos habló. Decía llamarse Planta en un Tiesto. Nos contó que ambos venían de una tierra muy lejana, peregrinando y viviendo en mendicidad, siguiendo el ejemplo de los apóstoles. Buscaban, nos explicó, expiar las faltas de su vida de pecadores. Afirmó que eran supervivientes del fin de la tercera era. ¡La tercera era! Para jóvenes como nosotros su sola mención hacía que temblásemos como hojas de pura excitación. Muchas cosas se contaban de ella: maquinas que realizaban las tareas de humanos, paganismo, sodomía, estupro, herejía, extrañas armas capaces de destruir ciudades enteras… el gran cataclismo borró todo ese legado, devolviéndonos a una época de pureza y fe. Su compañero no había pronunciado palabra. Viendo nuestras miradas interrogantes, Planta en un Tiesto nos explicó que su hermano mendicante había hecho voto de silencio tiempo atrás como expiación por una pena en una villa que tenía por nombre Verinus, pena que la propia Planta no se atrevía a mencionar. Su nombre, nos dijo, era Manubrio de Ébano. Les rogamos que nos contasen una historia de la tercera era. Ambos sonrieron. Sin duda, peticiones similares por parte de otros jóvenes como nosotros no les resultaban desconocidas. La noche ya había caído hace rato. Los dos hermanos se sentaron en una roca que había cerca del edificio del scriptorium, y nos indicaron que nos acercásemos y nos sentásemos a su alrededor. Comenzaron así la crónica que ahora consigno al papel, para conservación de generaciones futuras, y que así sirva de ejemplo moralizante de los usos y faltas de una época felizmente olvidada. Trataré de reproducir sus palabras de la manera más exacta posible, con tan pocas licencias como mi agotada memoria me permita. Muchos términos resultaran extraños, como en su día me lo parecieron a mí, pero en interés de la verdad y de la pureza no puedo dejar de consignarlos, aun siendo crípticos para alguien de nuestra época. Narraré pues, las palabras tal y como yo las escuché en un lejano día de mi juventud. Así comienza:
- De un viaje frustrado y del triunfo ante la adversidad
>Habiamos recibido una invitación de una amiga común de la facultad para visitar Estados Unidos. ¡Estados Unidos! El viaje soñado… Rhode Island, Boston, Philadelphia, Washington, Nueva York… sobre todo Nueva York. Obtuvimos los billetes de avión con mucha antelación y logramos un buen precio por los mismos, volando con U.S. Airways. “Malo será que con una compañía estadounidense, algo vaya mal” pensamos. Craso error. Pero me adelanto. Tras coger un TALGO a Madrid, y dormir en el mismo la noche del jueves 13 al 14, llegamos a Barajas sin dificultad. La cierta apatía que nos embargaba los días antes al viaje, ante la incredulidad de que realmente fuéramos a hacer ese viaje, se había convertido en excitación.
>Estábamos en Barajas, en la Terminal correcta, con tiempo de sobra, provisiones de comida para la espera y el billete en la mano para facturar, cuando notamos que algo iba mal. La cola no avanzaba. Será un retraso, pensamos. Una pasajera (nunca un miembro de la compañía) nos dice que ha escuchado que el vuelo no va a salir, y que deberíamos ir a la cola de reclamación. La primera sensación fue de incredulidad. Nos fuimos a la cola.
>No habría más de tres metros entre donde estábamos nosotros y la cabeza de la cola, pero tardamos en recorrer esa ridícula distancia ¡dos horas y media! Alguna gente estaba enfadada. Otra lloraba. Otra estaba en silencio pero triste. ¿Nosotros? Riéndonos. Y la gente mirándonos, claro. Estar en una cola de gente enfadada/triste/llorando y empezar a gritar “¡Lacóns!”, “Cuando vayamos al bar, me tomo un cubata, ja ja”, o “Hey, vámonos a Dublín, que el lunes es San Patricio, ¡juas!” es una experiencia que nadie debería dejar pasar. Tras soportar varios intentos de gente de colarse en la fila, la mayoría con éxito, llegamos al principio, antes de que un americano modelo armario empotrado con una gorra de “U.S. Navy” se intentara colar infructuosamente, con la excusa de “My wife was here!” “She is on the phone!”. Entrañable.
>Nos informaron de que teníamos dos opciones: o nos metían en un vuelo el día 20 (volvíamos el 22) o nos devolvían el dinero. Elegimos lo segundo, claro. Nos dieron unos papeles justificantes de que habíamos perdido el vuelo. Eso si, ni mencionaron que podíamos tener un hotel para pasar la noche. Nos fuimos al bar. Allí nos dimos cuenta de que uno de los justificantes que nos dieron estaba mal escrito. Volvimos justo a tiempo de presenciar una gran escena. Uno de los que esperaban en la cola increpaba al americano modelo armario diciéndole en un ingles comanche “¡Us navi! Us navi! ¡Gran feis, gran feis!” entre las risas de la multitud. Tras darnos el papel, volver al bar, comprobar que estaba mal otra vez, volver con el Us navi, que incluso hizo una coña al respecto, volvimos al bar. Allí, el manubrio se pidió un cacique con cola, y yo una coca-cola king size.
>Derrotados y frustrados, pero negándonos a aceptar nuestro destino, pensamos a donde podíamos ir, ya que parecía que no sería finalmente a la tierra de Us navi donde íbamos a viajar. Como el chiste de ir a Dublín por San patricio nos había hecho gracia a los dos, decidimos que ese sería nuestro destino. Sin embargo, nos parecía que Dublín quizás se nos hiciese un poco escaso para una semana, así que desde allí bajaríamos al sur, haciendo parada en Birmingham, Londres y luego de vuelta a Madrid.
>Satisfechos por nuestra determinación, nos fuimos a comprar los billetes por Internet, pero la terminal no funcionaba bien, así que llamamos al Pato para que acudiese en nuestro rescate. A pesar que no creerse nuestra historia (solo lo hizo cuando finalmente reservó los vuelos que le habíamos pedido), fue diligente y eficiente. A día de hoy puedo decir: gracias pato. Porque sin él, ese viaje que empezó mal, hubiera acabado fatal, y no fue así, ni mucho menos.
>Con los vuelos ya reservados, nos ocupamos de la estancia en Madrid por la noche. Volvimos al mostrador de reclamación, y allí nos encontramos con dos jóvenes a los que les dimos mucha penita, un español y una argentina con rasgos asiáticos, que, no se como, consiguieron delante de nuestras narices un vuelo para el día siguiente. Seguramente porque sobornaron a los empleados con galletas. Increíble. Pero bueno, lo importante es que nos dieron las llaves del hotel que les habían dado (a nosotros no). Les dimos las gracias, y nos fuimos para allá.
>El hotel era inmenso, y de hecho, de acuerdo con su publicidad, es el más grande de Europa. Cuatro estrellas y un gran buffet, donde comimos a reventar. De hecho, nuestros amigos el español y la argentina hicieron buen uso del mismo en su visita al hotel, así como de la cama de nuestra habitación, no se si me entendéis. Por la mañana nos fuimos al centro de Madrid a dar una vuelta, donde vimos una manifestación contra el consumo de carne animal (“años que los humanos LES DEJAN vivir”), me inscribí en el maratón, y fuimos a la plaza mayor a tomar un café. Volvimos al aeropuerto y nos fuimos a Dublín.
- De un infernal aeropuerto y de una ciudad teñida de verde
Planta en un tiesto detuvo un instante su extraño relato. La oscuridad nos rodeaba, en una noche sin luna, y su voz nos llegaba lejana y queda, etérea como una aparición, como si la propia noche estuviera hablando. Hubo una pausa. Durante un momento, un silencio ensordecedor cayó sobre nuestro grupo. Alguien lo rompió con un pequeño carraspeo. Planta reanudo entonces su relato:
>Aterrizamos en Dublín el sábado por la noche. Tras comernos una minúscula Mac-hamburguesa, nos dispusimos a pasar la noche en el aeropuerto, ya que no teníamos hostal para esa noche. Nos tomamos un par de cafés en un bar “all you can drink for 2.75 €”, y buscamos unos asientos donde dormitar. No los encontramos. Muchísima gente estaba como nosotros durmiendo en el aeropuerto. Así que no nos quedó otra opción que dormir en el frío suelo.
>Debo aclarar una particularidad del aeropuerto de Dublín. Es un aeropuerto físicamente fascinante: en él, el tiempo transcurre más despacio que en el resto del mundo. Científicos de todo el mundo han intentado explicarlo, pero ninguno ha hallado una explicación racional al respecto. El manubrio de ébano, de constitución hercúlea (lol), no tuvo problemas para soportar los rigores de esta sorprendente anomalía de la realidad, y durmió a pierna suelta toda la noche. Yo no tuve tanta suerte. Permanecí despierto toda la noche, salvo por 10 minutos en los que me quedé dormido de puro agotamiento mental. Os animo a que penséis lo que es pasar 13 horas en un aeropuerto despierto, tirado en el suelo, con frío (porque además en ese maldito aeropuerto hacía frío), e intentando dormir. Además por megafonía, cada 10 minutos contados, decían a todo volumen “THIS IS A SECURITY ANOUNCEMENT: DO NOT LEAVE YOUR LUGGAGE UNATTENDED. UNATTENDED LUGGAGE WILL BE REMOVED AND MAY BE DESTROYED”. Este mensaje me perseguirá hasta el fin de mis días, grabado a fuego en mi mente. Tras pasar la noche en este vórtice infernal, llegó el día, y con él los demás viajeros, y el manubrio se despertó. En cuanto pudimos nos fuimos al hostal, tras esperar el autobús durante una hora con un frío insoportable (léase: no se podía soportar, literalmente). El hostal estaba en un pueblecito bastante lejos de Dublín. Luego en el hostal esperamos a la cola de recepción, solo amenizados por la melodía del móvil de un joven delante de nosotros. La melodía decía algo así como: “Perrea, perrea, el chiki-chiki se baila así…”. Decidimos convertirlo en el himno de nuestro viaje, y de vez en cuando, independientemente de los estímulos externos, alguno de los dos decía “perrea, perrea” ante la atónita mirada de los lugareños, fuera cual fuera su nacionalidad. Ya en la habitación, y tras más de 24 horas sin dormir, caí inconsciente en la cama.
>Cuando me desperté, el manubrio había realizado una labor de reconocimiento del área, y tenía en la mano dos gorros verdes de leprechaun. Tras asearme un poco, decidimos ir a pasar la noche al pueblo, donde comimos en una hamburguesería muy buena, decorada a lo años 50, con gramolas en las mesas, y comida sorprendentemente buena. Eso si, cara, como todo en Irlanda. Luego fuimos al cine a ver “Vantage Point” una gran película donde Denis Quaid hace de americano-chapado-a-la-antigua-que-está-en-horas-bajas pero-que-al-final-supera-sus-limitaciones-y-salva-el-día. Muy gracioso ver al alcalde de Salamanca hablando en perfecto inglés (“welcome to my city”), el acento hispano de la gente que se supone española y la arquitectura árabe de salamanca. Se nos escapó alguna risa en el cine. De vuelta al hotel.
>A la mañana siguiente, tras hacer caso omiso de las indicaciones de la recepcionista (“go left in the roundabout”, “oye, vamos a la derecha”), llegamos a Dublín, la ciudad más cara del universo. El día era el propicio, Saint Patrick’s Day. Todo Dublín estaba en la calle, y un impresionante pasillo de gente vestida de verde atravesaba todo Dublín, dejando paso al desfile. Ataviado como lugareños con nuestros gorros de leprechaun, y tras buscar un sitio infructuosamente, nos colocamos en segunda fila, donde más o menos podíamos ver lo que pasaba. El desfile estuvo muy bien, pero yo me esperaba otra cosa. Es algo así como un carnaval de comparsas muy grande, con muchas bandas de música y la gente vestida toda de verde, y muy volcada en la fiesta. A fin de cuentas es el día nacional de Irlanda. De todas maneras estuvo muy bien. Cuando acabó y hubo desbandada general de cuervos verdes hacia los pubs, decidimos seguir su ejemplo y meternos en un pub irlandés (allí simplemente se les llama pubs) y nos tomamos unas pintas, únicamente por el hecho de poder decir la siguiente frase: “me tome una Guiness el día de San Patricio en Dublín”. Antes, aun así, nos tomamos unos cafés, donde al manubrio le calcaron 7 eurazos y medio por un café irlandés (allí le llaman simplemente caf… ah no, también le llaman café irlandés). Por la noche nos tomamos otra hamburguesa en la misma cadena de las hamburguesas del día anterior, y nos volvimos al hostal, camino del cual el manubrio me enseño muchos conceptos musicales, desde la génesis del metal (“if you are not metal, you are not my friend”) a los diferentes compases de las canciones, en tres y cuatro. Toda una lección magistral de un montón de conceptos que no conocía y con los que ahora podré ligar más (no caerá esa breva).
>Al día siguiente nos fuimos de nuevo al aeropuerto maldito. Nuestro plan era coger un ferry a Inglaterra, pero nos informamos de que estaba cerrado por el mal tiempo, y además era más caro que un avión. Así que pillamos otro vuelo a Birmingham por Internet. Pasamos otro par de horas en ese terrible lugar, y respiramos de alivio al surcar los cielos camino de la Gran Bretaña…
Las palabras de la Planta aun resonaban en el aire cuando, como cosa de la Divina Providencia, se oyó un gran estruendo en el cielo, como de ruido de trueno. Sin percatarnos, inmersos en esta prodigiosa historia, adivinamos grandes nubes que cubrían el cielo de esa noche sin luna, y un gran aguacero comenzó a caer. Corrimos hacia la puerta del scriptorium, dentro del cual nos guarecimos, y encendimos unas velas…
Aquí concluye la primera parte de la crónica de Curtonates tercero