...rranqué la piel mientras sonaban los maullidos del animal moribundo. Pero eso ocurrió ya hace mucho tiempo y no quiero detenerme en ello. Suficiente violencia tenemos que contemplar en mi unidad cada día en la trinchera mientras luchamos contra esos malditos cadáveres. Cada vez escasean mas los temas para escribir en el diario que puedan hacerme olvidar el frio y el miedo que pasamos cada noche, mientras esperamos la nueva oleada de necrófagos.
Recuerdo con especial cariño los viajes que hice antes de que el mundo se fuera al infierno, cuando todavía este planeta nos pertenecía. Dublin, Paris, Lobios... buenos recuerdos. Pero guardo un lugar especial en mi corazón a un viaje que hice a los veintisiete años a los Estados Unidos, previo a una estancia en ese mismo país durante un año. Intentare recordar todas las cosas que me ocurrieron en aquel lugar y en aquel año. Espero que mantenga mi mente alejada de toda esta desolación.
˃Salí de Galicia un lunes por la mañana, y me dirigí al sur, a Porto. Me esperaba un viaje en coche por carreteras portuguesas, seguido de un vuelo a Las Azores, y finalmente, otro vuelo a Boston. Tras embalar las maletas en plástico naranja (los ladrones de maletas odian ese color), decir una par de docenas de obrigados a todo aquel que me atendía (es algo que siempre queda bien en toda lengua), y despedirme de mis seres queridos, me subí en el avión a las Azores.
˃Tuve la gran suerte de poder ir en primera clase. Ya fuese porque sobraban plazas, por suerte o por intercesión de nuestro señor, amen, el billete en primera clase valía MÁS barato que el de turista. En verdad ir en primera clase es una experiencia. No podía quitarme la sensación de que en cualquier momento iba a venir una azafata y me iba a decir “señor, ha habido un error con sus billetes, tiene que irse a turista inmediatamente, obrigado”. Realmente me encontraba fuera de lugar. Me dieron de desayunar, prensa, un neceser con un par de pijadas poco útiles pero muy gratis, me colgaron la ropa, solo faltó que una de las azafatas me hiciera una [fragmento ilegible]
˃…on la barriga llena pude estirar las piernas, cosa que no sabía yo que se podía hacer en un avión. Yo las estiraba, y no tocaba al de delante, como en los cines modernos esos que te cobraban 9 euros por ver una de Almodóvar, y aunque tu cerebro salga reblandecido, al menos tus posaderas y tus piernas acaban extrañamente relajadas y sin entumecimientos. A la hora y algo pude ver las islas desde el aire, muy bonitas desde arriba, y descendimos en Ponta Delgada.
˃El aeropuerto es muy pequeño. Supongo que en estas islas cada metro cuadrado cuenta, y tampoco es que tenga el tráfico aéreo de barajas, para que vamos a engañarnos. Un habitante local, un isleño, se portó muy amablemente y me ayudo a comunicarme con el encargado de un puesto de información, del que necesitaba que me diese mi segundo billete. Tras intentar hacerme entender con señas y gestos, descubrí que entendía mi lengua, y solucioné el tema del transbordo. Mi estancia en las Azores fue bastante aburrida: no vi ballenas, ni tampoco otras islas, tampoco fui en barco. Hay quien diría que fue consecuencia de no abandonar el aeropuerto. Puede ser. En todo caso, me decepcionaron. Aun así no me importaría volver en estos momentos. Los infectados no saben nadar, o al menos eso dicen en mi unidad.
˃Esperé durante largas horas en la sala VIP del aeropuerto. Su único rasgo VIP eran un par de sillones cómodos y una tele de plasma en la que se repetían una y otra vez las mismas noticias: un político corrupto que decía algo en portugués con grandes aspavientos, una entrevista a Felipe Massa tras su accidente en la chola con un tornillo y un grupo de escolares virtuosos que iban a las azores a tocar en un concierto (lo cual explicaba los bultos en forma de violín y trombón que vi portar a algunos pasajeros de mi avión. Llegué a pensar que eran gansgteres adolescentes). Esperé, dormí, esperé, y luego me fui a la sala de espera. A esperar. Dentro del avión, otra vez un espacio delante de mi inabarcable. Allí podría haber jugado un partido de futbol con toda la clase turista. El viaje fue aburrido, solo amenizado por los coqueteos de una azafata con un pasajero que tenía al lado, bastante descarados (tenían que serlo para que yo me entere de esas sutilezas amatorias).
˃Llegada a Boston, y primera decepción: los agentes de aduanas no me agredieron, ni me insultaron. Se limitaron a decir: “¿Es la información en su visa correcta?”, y luego “Bienvenido a América”. Decepcionante. En aduanas lo mismo: “¿Tiene algo que declarar?” “Pues nada, por esa puerta al fondo, bye”. Primer contacto con América: me llamaron la atención los coches, no sé por qué. Quizás por lo grandes que eran todos; los autobuses, por ejemplo, parecen contenedores blindados de almacenaje con ruedas, y con un sitio donde poner las bicis en el parachoques. Quizás las bicis SON el parachoques. En el hotel, todo de una pulcritud excelsa, no en vano me clavaron 200 dólares la nuit. El servicio hiper amable y servicial (una constante a lo largo de Estados Unidos, los que atienden son amables, les va el puesto y la propina en ello). El jet lag me hacía delirar un poco, y tras hablar un poquito con el minibar, me fui a dormir.
˃Siguiente día, autobús a Providence, tras desayunar en el aeropuerto, donde un amable en cargado se “olvidó” de darme el café. Luego me di cuenta de que no le había dado propina. Un paisaje lleno de autopistas, y muchísimos coches, pero sorprendentemente verde a los lados. Ya en Providence, tras coger un taxi a mi oficina de alquiler, y firmar 20 anexos del contrato, llegué a mi nuevo piso. Muy bonito, una buena vista, un tercero, amplio, aire acondicionado, SIN MUEBLES. Es curioso como uno da por sentado la silla en la que se sienta, y la cama donde duerme cuando las tiene. Me compro un yogur. Mmm, que hambre, me lo voy a com… ah, no tengo cuchara. Vaya.
˃No voy a malgastar tinta en este diario: un calor asfixiante que me hacía dudar de los testimonios que decían que allí nevaba en invierno, papeleo de recibimiento en la universidad, visita a mi departamento, un chico del mismo me ayudó con la mudanza de unas cuantas cosas que M. me había dejado en su despacho (¡qué alegría tener una lámpara! ¡Poder combatir la oscuridad!), poco más. Me compré un colchón hinchable (decidí que una noche de dormir en el suelo era suficiente), e hice las maletas para California.
˃El vuelo fue bastante divertido: teníamos una pantallita de televisión en el reposacabezas directamente delante de nosotros con 40 canales diferentes. Me hice una buena idea de cómo es la televisión en los USA: mucha variedad, desde canales de comedia, a canales de realities, canales solo de motor… siempre estruendosos y a lo grande, muchas gerardas. No estuvo mal. Una pena que me olvidara los cascos en tierra. Lo bueno: aprendí a leer los labios. Fue un viaje largo.
˃Una vez en tierra, tuv
Hemos sufrido un nuevo ataque. Parece ser que el soldado encargado del turno de vigilancia se durmió en el puesto. Hemos tenido turnos demasiado largos desde que se estropeo el detector de la parte superior de nuestro improvisado bunker. Tres compañeros han caído, y otros dos han resultado heridos. Probablemente tengamos que acabar con ellos. Necesito un descanso.
4 de Octubre de 2012
Hemos pasado una mala noche. Ha vuelto a llover, y no hemos tenido noticias de la unidad cuatro. Tuvimos que deshacernos de los heridos en el ataque de ayer, no pasaron el test. Tengo que olvidar todo esto: intentaré escribir un poco más.
˃California, llegada de noche. Tomo rápidas notas mentales. Calor por la noche, palmeras, amplias avenidas, todo planísimo, la gente viste casual (hortera)… sí, estoy en Los Ángeles. J. me recoge en el aeropuerto. Tengo mucha hambre, y detecto un olor que proviene de una cajita de hamburguesa. J. me dice que si quiere me coma lo que hay dentro, es la mitad de un sándwich que se pidió al mediodía. Resulta que allí la gente se llevaba a casa la comida que no se comía en el restaurante. Y la gente no les miraba mal por ello. Bueno, gracias a ello cené. Nunca desprecies una costumbre local por bárbara que fuere. Otra costumbre local: la ya mencionada propina. Es poco menos que obligatoria. Supone dejar un sobreprecio de entre un 15 y un 20 por ciento. Bien es cierto que iba para los camareros, pero más te vale dejarla, o no vuelvas al mismo bar. Después hablaran del impuesto revolucionario de ETA o de la “mordida” de la policía mexicana. JA.
˃Luego, me encontré con L. y S. en el apartamento de J. Tras los saludos, abrazos y las primeras impresiones (“juas, que raros son, mira lo que hacen, que me dices, haha, aquí no saben vivir, gentuza, pero oye, que macs e ipods más baratos que tienen, eso sí, suspiro”), a la cama.
˃El siguiente día fue una locura. He tenido meses en mi vida en los que literalmente he hecho menos. J. nos tenía preparada una agenda apretadísima. Visitamos Venice Beach, Santa Monica, Beverly Hills, Rodeo Drive, el paseo de la fama y otros sitios de los que no me acuerdo del nombre. Suerte que nuestra anfitriona conducía como una piloto de fórmula uno. Nos dio tiempo a hacer todo. Eso sí, mis uñas se quedaron de recuerdo en su salpicadero. Venice Beach es la playa tan famosa que se ve en todas las pelis de Hollywood. De hecho vimos lo que parecía una sesión de fotos en la playa. Hay mucha gente rara en el paseo de la playa, vendedores, hombres disfrazados, algunos mendigos, muchas tiendas de tatuajes, algún antiguo hotel… wierd. Santa Monica es lo contrario. Muy pijo, es el famoso “pier” (un muelle de madera que se mete en el mar desde la playa) que sale en todas las pelis, con la montaña rusa, los pescadores a los lados, incluso el restaurante del tío militar que salía en Forrest Gump que pescaba gambas (era su restaurante, de verdad). Pero no había tiempo para pensar… siguiente parada, Beverly Hills, Rodeo Drive, lo más lujoso de LA, con las tiendas de Vuiton, Versace y demás. Cuando ves como 12 bmws, 10 ferraris y 15 hummers en un espacio de una hora, al final ya ni te fijas. Es una sensación curiosa.
˃Más, más, más. Siempre deprisa, al paseo de la fama: “¡oh, mira!, la de… y la de… y la de… basta ya por favor”. Teatro chino y sus huellas de pies y manos, kodak theater, y sus vistas al cartel de Hollywood… pero era hora de irse, de nuevo. Rápido. Empezaba a sentirme americano. Solo nos faltó comer en el coche (allí los coches tienen una repisita para la comida y un reposa bebidas). Siguiente parada, partido de beisbol. El deporte americano por excelencia, uno en el que para disfrutar plenamente es necesario comer nachos y emborracharse. Pero antes, nuestra querida fitipaldi tomó una chicane demasiado cerrada a gran velocidad, y pinchamos una rueda. Tras unos momentos de pánico, L. y S. demostraron su habilidad y cambiaron la rueda por un “donut” de apariencia inestable con el que no se podía ir a más de 80. Serviría. Al menos así pasaría menos miedo de copiloto.
˃El estadio y el partido genial. Entendí porque la gente se lo pasa tan bien: hay ambiente, hay canciones que todo el mundo canta (en la mitad de la séptima entrada -¿¡!?- todo el mundo canta una bella y estúpida canción sin sentido. Precioso), con suerte puedes coger una pelota al vuelo, bebes y comes. Hay gente famosa, y los sacan por el marcador, y ellos saludan. Vimos al protagonista de Las Vegas, que tantas veces he visto hace muchos viernes, a Germaine Jackson y a un cómico famoso, pero del que no me acuerdo el nombre. Al final hubo fuegos artificiales. Incluso tuvimos la ocasión de comprobar la proverbial brutalidad policial de la policía de LA, cuando un espontaneo saltó al césped, y alrededor de 15 policías le dieron un par de hostiejas para que se fuera caliente a cama, mientras todo el mundo vitoreaba. Me estaba empezando a gustar América. El partido de beisbol… ¿hubo un partido de beisbol? ¿Alguien le hacía caso? L. se quedó dormido. Creo que perdieron los locales. A la gente no pareció importarle. Nos fuimos a 80 por hora por la autopista a casa. Eso puso muy nerviosa a J., ya que no estaba acostumbrada a ir tan despacio.
˃Al día siguiente, nos fuimos a las Vegas, tras encontrarnos con la futura esposa, J. Por alguna razón el destino había dotado a nuestras dos amigas con la misma inicial. J*, tal será su nombre en aras de la claridad. Allí conocí a su prometido, D., y al hermano de J*. Nos metimos todos en un coche tipicamen
Suena la sirena
6 de Octubre de 2012
Hemos tenido que cambiar nuestra posición, la anterior había dejado de ser segura. Tras el ataque a nuestra posición de hace dos noches nos estamos trasladando con todo el equipo en nuestros dos camiones al norte, a la ciudad. Quizás allí podamos encontrar algún superviviente. ¿Cuándo comenzó todo esto? Parece hace una eternidad. Cuando hago las cuentas, me salen que tan solo 3 semanas. ¿De verdad ha pasado tan poco tiempo? Algunos de mis compañeros se pasan el día en un estado de histeria continuo. Durante el ataque del otro día unos de los infectados reventó tras ser alcanzado, y puso perdido de bilis y mierda a J. Se pasó gritando 5 minutos hasta que le dimos un calmante. L. sacó una pistola y apunto con ella a R., chillando que era uno de ellos, hasta que se derrumbó y comenzó a llorar. No sé cuanto más aguantaremos así. Como nota positiva, hemos encontrado un perro. Le hemos dado algo de comida, y ahora se viene con nosotros. Esto nos ha alegrado un poco a todos, los perros son buenos avisando de las llegadas de los cadáveres. Quizás podamos dormir esta noche en condiciones.
Ya estamos en S. C. Está más devastada de lo que la recuerdo cuando me marché de aquí a toda prisa hacia las montañas. La encontramos relativamente desierta. Esto nos alivió. Organizamos un pequeño cuartel en [fragmento ilegible] munición en la tienda de T. Hemos acabado con alguno de ellos de camino. No hay rastro de supervivientes.
Intentaré escribir un poco más.
˃El viaje a Las Vegas fue curioso. El coche era monstruoso: en el íbamos ocho personas. Dos delante, tres detrás, tres más atrás. El camino a Las Vegas transcurre por el desierto. Pero no como en castilla, donde la gente dice “joer, aquí no hay nada, solo girasoles y un pueblo cada no sé cuantos quilómetros”. No, aquello era un desierto de verdad, no había nada. Solo Joshua trees, montañas y arena. Ni siquiera puedes jugar al veo veo: “Veo, veo” “Qué ves” “Una cosa que empieza por la D.” “Mmm, desierto” “Empiezo a estar aburrido de este juego”
˃Llegada a Las Vegas: la ciudad es una calle. Se llama el strip. Es una avenida inmensa con hoteles a cada lado. En la ciudad no hay distinción entre bares, restaurantes, discotecas, casinos y hoteles. Todo está dentro de los hoteles. Es parte de su negocio. De hecho las habitaciones son muy baratas: son hoteles muy grandes, y ganan dinero con los servicios que prestan (sobre todo con el juego, claro). Los hoteles son temáticos, con lo cual giras una esquina y te encuentras con la torre Eiffel, o con la estatua de la libertad, o con la pirámides de Egipto. La zona del hotel no está decorada respetando esta temática, pero todo lo demás si lo está. Por ejemplo, nos fuimos a New York, y tomamos unas cervezas en un irlandés, con música, orquesta, decoración… como un pub (aparentemente) típicamente neoyorkino. En parís, la zona del casino está decorada con la calle empedrada, el techo pintado con el cielo parisino (azul con nubes blancas, parece ser), farolas muy a lo europeo, las camareras vestidas como furcias (rasgo inconfundiblemente francés). La gente oriunda de Las Vegas no vive en Las Vegas, sino más bien en las afueras.
˃En la piscina del hotel empiezas a comprender de que va La Vegas: aquí la gente viene a pasárselo bien, y a hacer otras cosas que no pueden hacer en el resto de América. Cosas que en España hacemos donde y cuando queríamos. Para empezar, el calor es fuerte, pero no asfixiante. La gente va marcando musculitos, y las chicas pechuga. Muchos tatuajes. La gente toma cervezas en la piscina (una depravación en América, beber en un lugar público, ¡en una piscina! Oh, mein got). Sobre todo flotaba la sensación de que todo el mundo allí presente iba a tener una noche loca, y que aquello era el comienzo. Nada que no se haga todos los días del verano en Tenerife, la costa andaluza o en Ibiza, pero allí es raro. Vimos nuestra primera pelea americana: unos maromos que estaban con sus chicas se pusieron a pelear a hostias porque una de ellas le dijo no se qué tontería a la otra. Es super gracioso ver intentar agredirse a dos fulanos medio borrachos en una piscina, no se mueven bien en el liquido elemento (además del que han ingerido) y fallan todos los puñetazos, una risa, oye. Lamenté que no hubiera algún muerto para poder ver a Grissom and Co.
˃Cena en New York y luego casino. No aposté. Decepcionante. Luego me alegré: todo el mundo que nos acompañaba perdió dinero, salvo S. que ganó unos pocos dólares. Lo bueno de Las Vegas es que nada cierra en toda la noche. Solo sitios de comida (no todos) y algunos pubs, pero los casinos y las discotecas están más abiertas que una [ilegible]
˃Estuvimos hasta las tantas por ahí dando vueltas, y en alguna discoteca. Hay bailarinas en las tarinas, pantallas enormes… todo como en las películas. No sé si las películas dan una imagen muy real de Las Vegas o si Las Vegas ha acabado por parecerse a las películas de Las Vegas, pero es que es tal cual. Una cosa que no se ve en las pelis: en las calles hay unos tíos que tienen unas tarjetitas en las manos, y que golpean entre sí, haciendo un ruido seco “plas, plas, plas”. Te las ofrecen, y si las coges descubres que son servicios de putas. Esta ciudad tiene de todo.
˃Vuelta a L.A. El hermano de J* se emborracha mucho y hay que llevarlo al coche, tras invitar a unas chicas de Wisconsin (muy simpáticas, resulta que Wisconsin existe, y no es un lugar ficticio como Nunca Jamás, Arkham, o Ferrol) a no sé cuantas rondas, pedir una botella de vodka al servicio de habitaciones por valor de 140 dólares y mear en una botella de plástico dentro del armario del hotel (el baño estaba ocupado, no lo hizo por gusto. Creo). El viaje de vuelta fue algo aburrido, más partidas inconclusas de “veo, veo”, un par de micro siestas y algún burrito en el camino.
˃Los siguientes días fueron algo más relajados. Más piscina, ver algo de televisión local, dar una vuelta por los paseos de la playa. Un día el novio, D. nos llevó en barco. Era uno de estos barcos de vela, y le ayudamos a pilotarlo (léase: manteníamos el timón firme mientras poníamos cara de endurecidos individualistas). Como no, bebimos y comimos en el barco. Vimos focas. Por alguna razón, hay focas en las escolleras, los rompeolas y las boyas a pocas millas del puerto. Focas grandes, leones marinos. Intentamos pescar, pero no hubo suerte. Cuando D. nos dijo que a ver si pescábamos un tiburón, nos reímos, pero resulta que el tío pesca tiburones en aquellas aguas. De hecho, compró comida de gato en lata antes de salir porque es buen cebo para los peces pequeños. Hubieran sido mejores los gatos, y no su comida. Excelente.
Me encuentro cansado, todo el mundo está ya dormido.
8 de Octubre de 2012
Todo se ha ido al carajo. Ayer, una horda de cadáveres apareció sin previo aviso bajo nuestra ventana. Si no hubiera sido por los ladridos del perro, ni siquiera estaría vivo ahora mismo. Nos dio el tiempo justo a coger las armas, y prender unos cuantos cocteles. Después de eso, ruido, gritos, madera rota, disparos. Casi prefiero combatirlos de noche, así al menos no tengo que verles las caras. A G. le mordieron en el brazo. Consciente de la situación, salió a la calle solo. Al cabo de un rato dejamos de oír sus disparos. M. tuvo menos (¿o quizás más?) suerte: lo derribaron y cayeron sobre él al instante para devorarlo. Ojala que estuviese inconsciente cuando sucedió. El perro ladraba. Luego todo se vuelve confuso: el techo cedió, nos vimos rodeados. L. y yo conseguimos escapar a duras penas. Ignoro que ha sido del resto de la unidad. Tras una carrera desesperada, logramos encender un coche que milagrosamente todavía funcionaba y salir de allí. Se detuvo al rato. Separados de nuestra unidad, hemos decidido probar suerte en las montañas del P., quizás allí una de las antenas todavía funcione.
¡Sí! Hemos logrado contactar con la cabeza de mando. Nos han dicho que han perdido la ciudad, y se han retirado de ella. Nos han ordenado mantener la posición y esperar su llegada en helicóptero. Al fin las cosas comienzan a salir bien. Nos hemos visto a muchos infectados en las montañas, quizás nuestra suerte comience a cambiar. He visto a L. sonreír por primera vez en varias semanas. Me toca la primera guardia. Seguiré con mi diario.
˃Al día siguiente tuvimos una comida de recepción en casa de los novios para su familia que venía desde muy lejos, la costa este. Decidimos que ya era suficiente de gorronear, y acordamos comprar la comida nosotros y hacer platos típicos españoles. Los platos resultaron ser paella, ensalada y tres tortillas. Fue un día memorable. Antes de que pasara media hora ya habíamos logrado atascar el triturador de basura con las mondas de las patatas, y el novio tuvo que hacer de fontanero y desmontar la parte de abajo del triturador para sacar toda la porquería. Todo se hubiera quedado en una anécdota si no fuera porque después logramos prender fuego a su cocina. La gente se puso un poco nerviosa, y comenzaron a echarnos miradas. En concreto el novio no parecía muy contento. Cosas de la cocina con aceite, allí no están acostumbrados. Tras aplicar un par de paños mojados, unas carreritas, todo ello acompañado de la melodía de la alarma de incendios pitando a unos decibelios dañinos para el oído humano, logramos acabar las tres tortillas. Al final fue un gran éxito. Si empiezas desde el fondo del pozo, luego todo lo que venga supone una mejora. Fuimos listos.
˃Otro día, más playa. Nos quemamos. El pacífico tiene muchas olas, es un sitio ideal para amantes del surf y demás extravagancias. Comimos una hamburguesa súper grasienta a pie de playa, la cosa más rica que he probado en mi vida, mi arterias me dijeron “otra más y te las apañas tú solo”. El día anterior a la boda hubo ensayo: era como la ceremonia pero sin los vestidos y los trajes, y sin ser de verdad de la buena. Luego hubo una recepción: al parecer la familia del novio hace una pequeña comida con los invitados de honor y la familia (éramos invitados de honor). Luego salimos de fiesta por ahí con el novio y un señor que se llamaba “Super Dave”, que vivía en una megacaravana en un camping. Aquello era inmenso: era tan grande como un autobús (no exagero) y tenía cualquier comodidad que pudieras pedir. Cama, tele, cocina, tiradores de cerveza, sorprendente. La “despedida” estuvo bien, no es que fuese la Peregrina, pero tampoco estuvo mal. Además sirvió para hacer las paces con el novio por el incendio del día anterior, tema candente, nunca mejor dicho. Dormimos en la caravana de este semi-desconocido.
˃Al día siguiente, Super Dave nos llevó en un carrito de golf a desayunar (toda la situación era absurda), y se pasó toda la mañana bebiendo. La boda era por la tarde, y llegó en un estado lamentable (y era uno de los padrinos). Llegamos al hotel, mis compañeros siguieron bebiendo cual marineros rusos en tierra. Yo necesitaba una siesta, esa noche había dormido realmente mal en una tienda de campaña afuera de la caravana. Una ducha, un afeitado y un traje cambian a cualquiera, a mi me cambió hasta el humor. La boda fue, de manera poco sorprendente, como en las películas americanas. Un “quiosco” con florecitas, el párroco esperando, los invitados de la novia en bancos blancos a un lado, los del novio al otro, las damas de honor y los padrinos en fila a cada lado, música en directo, las chica de las flores, el niño de los anillos, la novia y el padre, etc… Estuvo bien, aunque faltó la parte del “¿Hay alguien que tenga algún motivo etc…?” Lo que sí que hubo fueron los votos nupciales, y una pijada muy bonita en la que el novio y la novia vertían arena de diferentes colores en un jarroncito transparente, simbolizando la unión eterna de dos vidas (ohhhhhh). Nada fue demasiado largo, ni pasteloso, ni inadecuado, ni aburrido. Estuvo bien.
˃El banquete… ahhh. El banquete. Acostumbrados como estamos a comidas pantagruélicas en las que no falta de nada (quizás café en algunas), nada podía prepararnos para lo que nos esperaba. El menú consistió en ensalada, pasta o pollo, tarta, magdalenas, y… y… ah, sí. Nada más. Nunca había comprendido el concepto de “morriña” de forma tan física. Mi morriña tenía forma de hambre. Había barra libre (aunque había que dar propina a los camareros, como no), y los invitados hicieron buen uso de ella. Hablé con bastante gente, de diversos lugares y orígenes. En las bodas americanas hay mucha más relación entre invitados que en las españolas: la gente se habla, se presenta, es una manera de conocer gente.
˃Vuelta al hotel para seguir la fiesta. Invitados “missing”, confraternización entre diferentes culturas, algunos nachos, alcohol. Una chica de alrededor de 18 llegó al hotel agarrando a su madre de 40 y largos totalmente borracha, y empezó a cagarse en todo por tener que “babysit my mother”. En cuanto alguien le dijo que éramos españoles empezó a exclamar continuamente “¡oh, Barselouna, Barselouna!”. Es otra constante de EEUU, todo Dios ve Barselouna como el Edén o algo así. En los últimos meses hemos oído que ya no es así: está infestada de infectados.
˃Día siguiente. Metemos como podemos todas nuestras maletas en el mini de J. (íbamos a presión, literalmente), y después de dejarlas en su casa, cogemos de nuevo el coche.
Es hora de la guardia de L. Tengo que despertarla.
9 de Octubre de 2012
El helicóptero no ha llegado. Seguimos en la montaña. Desde la radio nos han pedido más tiempo. Por suerte por aquí no hay ni rastro de infectados. No tenemos comida, y apenas nos queda munición. Si no llega el helicóptero dentro de poco, tendremos que cambiar de posición. Al menos tenemos algo de tranquilidad por ahora.
10 de Octubre de 2012
El helicóptero no llegará. Ahora lo vemos claro. No quieren malgastar un helicóptero en una misión para rescatar a dos soldados. Hemos decidido que hemos tenido suficiente. No vamos a esperar, e iremos hacia el sur para salvar nuestro pellejo. L. había oído que la situación no era tan mala por allí. Con un poco de suerte incluso podremos ir a una de las islas.
12 de Octubre de 2012
Han sido dos días horribles. Hemos pasado hambre y miedo, aunque finalmente hemos podido encontrar un poco de comida en un supermercado que no estaba podrida. También hemos encontrado un coche con suficiente gasolina para salir de la ciudad. Hemos tenido que malgastar algo de munición, pero ha valido la pena. A veces L. y yo nos inventamos historias con las maneras en las que pudo haber empezado todo esto. Que si algún experimento biológico, que si los japoneses, que si los americanos, que si los muertos ya no cabían en el infierno, que si el cambio climático, que si alguna mutación extraña. Me gustaría saber si alguien en algunos de los pocos bastiones de nuestra civilización que sobreviven lo sabe a ciencia cierta. Conseguimos matar el tiempo, y reír un poco. Ahora escribo menos en el diario por esta razón.
Vamos por la autopista, conduce L. Hay coches rotos, los quitamiedos destrozados. Cuesta circular por ella. En ocasiones hay que detenerse y empujar algún vehículo.
13 de Octubre de 2012
Hemos llegado a un puerto en el sur. Un transbordador amarrado en el muelle todavía funciona, gracias a Dios. Una vez más, ni un alma en las calles, salvo por unos cuantos infectados que logramos evitar.
Estamos en el mar. Hoy descansaremos en el barco. Por fin podremos dormir sin hacer guardias, esas cosas no saben nadar.
No puedo dormir. Demasiado silencio. Solo el mar. Ningún aullido, ni disparos. Es triste comprobar cómo me he acostumbrado a toda esta situación. Escribiré un poco más.
˃J. nos llevó a su velocidad habitual al observatorio Griffith. Es uno de los sitios que más me gustaron de Los Ángeles. Es un observatorio y un museo de ciencia, y fue una pena que no tuviésemos más tiempo para verlo. A escasos metros está el cartel de Hollywood en todo su esplendor. Desde esa montaña se ve TODO Los Ángeles cuán grande es. Es difícil describir lo inmenso que es. La vista no alcanza para abarcarlo. Había un poco de niebla, así que no pudimos ver el horizonte, pero aun así, era gigantesco. En cuanto cayó la noche, las calles se transformaron en avenidas de luces de millas y millas. Es como ver un árbol de navidad gigante. Después de esto, nos fuimos a salir al centro.
˃Allí todo cierra a las dos de la mañana (salvo algún after) así que no había tiempo que perder. Acabamos en un bar ruso en el que prácticamente solo ponían vodka, stolisnaya y todos esos brebajes. La decoración era muy rusa, con caracteres cirílicos, sofás rojos acolchados, luces de neon baratas. No era un bar “de rusos” obviamente, pero la decoración era un estereotipo perverso de esos que tanto les gustan a los americanos. Los baños también eran muy rusos: los wáteres eran enanísimos y las puertas muy a ras de suelo, de forma que veías la cabeza de la gente. En cualquier momento esperaba que alguien dijese “da, tovarich, yo toco la balalaika” o similar. Luego nos engañaron. Dijeron, vamos a un lugar de moda, muy bueno para bailar. Y nos llevaron a una cadena de helados que hay por la ciudad donde te ponen helado hasta las 3 de la mañana, en un sitio muy cool, con música y todo. Ver para creer. Estaba riquísimo, eso sí. A casa, corriendo en el coche, como no.
˃En Estados Unidos no eres nadie sin coche. Cuesta entenderlo, pero es así. No puedes ir a los sitios andando. La gente no camina por la calle. No ves a gente por la calle. Incluso en Los Ángeles. Necesitas el coche para ir al super, para ir a trabajar, para ir al médico. Coge el transporte público, se podría pensar. No. No hay. O si lo hay es en unas zonas muy determinadas, y lleno de gente marginal, pobre y/o peligrosa. La gente que no puede tener un coche. Puedes conducir a los 15, pero no beber hasta los 21. Parece broma, pero no lo es.
˃Al día siguiente, las despedidas. Comimos en una hamburguesería en la que había citas bíblicas en la parte inferior de las bebidas y las patatas fritas. Luego J. nos dejó en el tren al aeropuerto. Nos advirtió que era un lugar peligroso. Nos reímos. Hablaba en serio. Nos acojonamos. Efectivamente, lo era. Las pintas de la gente daban miedo. Un guardia de seguridad nos acompañó. Qué bien, pensamos. El tipo vino hablando todo el rato con nosotros. Hablaba en un español un tanto rudimentario, pero se defendía. Fue un viaje curioso. Nos hablaba de cómo se fue de putas a Tijuana, que un viejo allí se reía de ellos y les decía “cuidado señor, que tiene mondongo”, que si les chupaban las tetas a las putas por un dólar, que si había un strip club muy bueno cerca de nuestra parada, que si en L.A. había muchos gays, que si siempre iba con el spray de pimienta por los negros ya que “los negros aquí, está cabrón… está cabrón…”. Nos dio más miedo el tío que el resto de la gente del vagón. Al final se ofreció a llevarnos en coche al aeropuerto, oferta que, sorprendentemente, declinamos.
˃Pasamos la última tarde en el hotel, descansando. Me despedí de L. y S. Esperé en el hotel a que llegara mi autobús al aeropuerto, y mientras estaba en el vestíbulo llego un batallón de soldados cuyo avión, según escuché a uno de ellos, se había cancelado. Había más de cien, y era un espectáculo ver en el vestíbulo del hotel (bastante pijillo) a cien hombres con uniforme color arena, tipo películas de Irak. Al avión, otra vez televisión toda la noche (esta vez llevé cascos), y regresé a mi nuevo hogar.
Esta es la historia de mi viaje a los Estados Unidos, de la que guardo tan buenos recuerdos. Rememorarla me ayuda a olvidar la desolación que rodea al mundo hoy en día. Mañana llegaremos a la isla. Confiemos en que sea segura.
Quizás pueda ser un nuevo comienzo. ¿Quién sabe?